Ensayo invitado

Adaptaron ‘West Side Story’. No lo necesitábamos

 
Credit...Jorge Colombo

Es la directora de Centro, el Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College, y profesora de antropología en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

Tengo que confesar que nunca vi la versión original de West Side Story (o Amor sin barreras, como se tradujo al español). Solo sabía que la trama del filme involucra a miembros de pandillas que se peleaban mientras bailaban y cantaban sobre lo mucho que amaban vivir en Estados Unidos. En realidad, no me interesaba. Pero, claro, al crecer en Puerto Rico, nunca tuve que buscar mi identidad en las tramas secundarias del imaginario de Hollywood o Broadway. Podía ver películas y programas de televisión hechos por y para los puertorriqueños.

Sin embargo, para muchos puertorriqueños de primera y segunda generación en los cincuenta estados, la primera vez que se vieron representados en la pantalla grande fue probablemente con West Side Story. A pesar de la trama rebuscada, la falta de actores latinos, la mezcolanza de cultura caribeña y española y los estereotipos profundos, la película ofrecía al menos cierto reconocimiento de la presencia puertorriqueña en Estados Unidos, y permitía que se nos viera con un poco de gracia y belleza.

Al preparar su adaptación, el director Steven Spielberg prometió no repetir los errores del pasado. Organizó encuentros en Puerto Rico para recopilar opiniones y contó con el apoyo de historiadores importantes, asesores comunitarios y una manada de entrenadores y consultores de acento.

El Centro de Estudios Puertorriqueños de Hunter College, el instituto de investigación y archivo histórico que dirijo actualmente, asesoró a Tony Kushner, el guionista de la película, mientras escribía la nueva versión del guion. Kushner se zambulló obsesivamente en nuestros archivos para asegurarse de la exactitud de las referencias históricas y la credibilidad de los detalles culturales.

Dicen que el diablo está en los detalles, y la película acierta en muchos, desde el azul celeste de la bandera puertorriqueña en los murales nacionalistas del escenario hasta la especificidad de la jerga boricua. Pero un texto histórico ¿es auténtico solo porque es exacto?

En el libro Silenciando el pasado, el historiador y antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot advierte que las representaciones históricas requieren más que una simple verificación de datos. Es importante también que el tono, el sentimiento, y el mensaje de la representación resuene con el público al que está destinado. Y este es el problema más grave de la nueva adaptación de West Side Story. Hay muchos pequeños detalles correctos pero el significado y la intención general resultan confusos, en el mejor de los casos.

En sus primeras entrevistas, Spielberg expresó que la película podría ayudar a los estadounidenses a comprender lo que está pasando “en las fronteras”. Pero los 3,2 millones de habitantes de Puerto Rico viven en una colonia de Estados Unidos y somos ciudadanos estadounidenses. Las fronteras que cruzamos son imperiales.

Ciertamente, los musicales suelen presentar una realidad exagerada, pero los creadores de West Side Story recalcaron que esta vez sería diferente. Mediante varios cambios sutiles en el guion y la letra de las canciones, así como la elección deliberada de un elenco de artistas latinos para roles latinos, se insistió en que esta sería una “producción latina” auténtica.

A pesar de que la película está rellena de símbolos de los movimientos nacionalistas de Puerto Rico, no se denuncia ni se describe la manera en la que las personas que adoptaron estos símbolos han sido vigiladas y criminalizadas por mucho tiempo, tanto por el gobierno federal como por el puertorriqueño. Hay una ironía particular en la escena en la que la pandilla de los Sharks canta el himno revolucionario de Puerto Rico mientras se alejan de la policía. Como ha aclarado la crítica cultural Frances Negrón Muntaner: en la vida real, este acto habría provocado muy posiblemente que los Sharks cayeran bajo la vigilancia del FBI.

En una proyección comunitaria organizada por el Centro, esa escena no recibió aplausos, celebración ni ninguna reacción visible, solo silencio.

Spielberg indicó que eligió no usar subtítulos en inglés en los diálogos en español para no “darle poder al inglés”. Pero la identidad y el idioma es una cuestión complicada y no todos los latinos hablan español. Cuando las palabras no se traducen, su significado y potencia se pueden perder con facilidad. En una escena, Anita, interpretada por Ariana DeBose, una actriz afrolatina que se identifica como queer, confronta a su novio, Bernardo, después de que él la excluyó de una conversación familiar. Ella le pregunta si la está reprendiendo por ser “prieta”, un término despectivo para las personas de piel oscura. Lo más probable es que el público angloparlante no comprenderá esta acusación de colorismo.

En la película, los actores nacidos en Estados Unidos utilizan un acento exagerado gracias a la ayuda de entrenadores de dialectos contratados por Spielberg. Esto resulta en una especie de brownface lingüístico, algo similar a la práctica del blackface, en la que se imita a las personas negras con maquillaje exagerado. Este uso del español produce poco más que una fachada de autenticidad, tan torpe y cursi como el maquillaje marrón que usaron los actores en la versión original.

Todo esto provoca la pregunta: ¿Cuál es el propósito de esta nueva versión? ¿Hacer un filme que le hablara de manera más “auténtica” a la audiencia latina? ¿O hacer una película que las personas no latinas podrían consumir sin culpa?

Sin duda, un aspecto brillante de esta adaptación es la representación de Anita como una mujer negra sin complejos. En la canción “América” de la versión de 1961, Anita se siente tan feliz de irse de Puerto Rico que desea que la isla “se hunda en el océano”. En la nueva reelaboración de la canción, los versos más despectivos sobre Puerto Rico se han eliminado: ahora, Anita canta de manera ambivalente tanto sobre la vida puertorriqueña como de la estadounidense. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿de qué manera su experiencia como mujer negra habrá matizado su visión de la vida puertorriqueña y estadounidense?

Es en este momento donde la nueva versión se siente, por un instante, como una representación auténtica de las experiencias de los puertorriqueños, no solo de quienes emigraron en las décadas de 1940 y 1950, sino también de quienes continúan siendo desplazados por la crisis de la deuda de Puerto Rico, la crisis energética y los múltiples desastres. A menudo, son las mujeres negras como Anita quienes sienten más directamente los efectos de la austeridad fiscal, la infraestructura en decadencia, las escuelas abandonadas y el aumento del costo de vida.

Sin embargo, las canciones de la migración puertorriqueña no tienen nada en común con “América”. “En mi viejo San Juan” y “Boricua en la luna” hablan del dolor del exilio, de la esperanza permanente de un regreso y de una identidad profundamente arraigada que se extiende por generaciones. Esta es la verdadera tragedia puertorriqueña: la imposibilidad dolorosa de la asimilación y el retorno.

Algunas personas argumentarán que la producción de Spielberg allanará el camino para que más historias de la comunidad latina lleguen al cine. Pero no puedo evitar preguntarme si no terminará provocando lo contario. Después de los resultados decepcionantes de la nueva película en taquilla, ¿los estudios de cine creerán que hay poca audiencia para filmes con elencos latinos?

Por otro lado, en las salas de cine de la Plaza las Américas de San Juan, la proyección de West Side Story puede haber desviado la atención de otras películas escritas y producidas por cineastas puertorriqueños, como la comedia negra Perfume de gardenias y el documental político Simulacros de liberación.

Si Spielberg y su equipo están verdaderamente comprometidos con las historias latinas auténticas, deberían dejar de hacer que las representaciones pasadas sean más fáciles de digerir por un público contemporáneo. Harían bien en enfocarse en nutrir y apoyar no solo a los actores latinos emergentes, sino también a los directores, guionistas, coreógrafos y directores de fotografía para que podamos encontrar los recursos necesarios para contar nuestras propias historias, se ajusten o no a las definiciones de autenticidad de Hollywood.

Yarimar Bonilla (@yarimarbonilla) es directora de Centro, el Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College, y profesora de antropología en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Es coeditora de Aftershocks of Disaster: Puerto Rico Before and After the Storm.